Por Jose Luis Cañavate Friege
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23 de mayo de 2020
El mundo ha cambiado, nosotros con él, y nuestra capacidad de adaptación va a determinar en un futuro inmediato nuestra supervivencia Las habilidades de comunicación avanzada que la evolución puso a nuestra disposición como primates hace más de 50 millones de años serán nuevamente nuestra tabla de salvación. Recordemos que la palabra asociada al Homo sapiens puede llevar con nosotros cerca de 2 millones de años y, con toda seguridad, fue el determinante de nuestro éxito como especie. Somos buenos comunicadores y, por ende, buenos lectores del mundo. Esto nos ha permitido desarrollar una cualidad única sobre el resto de la naturaleza: podemos hacer inferencias sobre nuestra realidad, predecir con una razonable certeza lo que puede pasar en futuros más o menos próximos y tomar decisiones que nos eviten sorpresas desagradables. No nos engañemos; hemos sobrevivido una y otra vez gracias a una capacidad predictiva, imperfecta aún, pero muy eficaz como herramienta evolutiva, y esta habilidad se construye desde la comunicación y su incorporación a nuestra consciencia. Somos una especie bastante lista y lo sabemos; actuemos pues como tal. Analicemos entonces un poco cuales son las características de la denominada «nueva normalidad» y, si podemos, vayamos avanzado algunas claves para interpretarlo e intentar poner remedios antes de la enfermedad, porque la enfermedad real aún no ha llegado. Es cierto que el coronavirus y su manifestación pandémica nos ha distorsionado mucho, pero los periodos de postguerra siempre fueron los realmente difíciles y para ellos debemos comenzar a trabajar. Instinto, emociones y razón resumen de modo nítido las artes de nuestra civilización como mecanismos de comunicación. Somos un animal instintivo primitivo muy convincente, que ha incorporado un maravilloso mundo emocional al formar parte de los mamíferos y que desarrolla un cerebro evolucionado como primate, pero este proceso, a veces acelerado, lleva consigo sus problemas y algunos los estamos pagando en estos días. «Llego tarde…», «hoy no tengo tiempo…», «necesito unas vacaciones…» son solo algunas de las frases que protagonizaban las rutinas a lo largo del mundo y, cuando pensábamos que lo teníamos todo controlado, de repente, todo cambia. El modelo de sociedad que acabamos de abandonar está asociado a una inquietud que inunda nuestras reflexiones sin dejar tiempo para filtrar todas las noticias que llegan sobre lo que realmente está pasando; la ansiedad gobierna nuestra experiencia sin permitirnos experimentar todas las oportunidades que nos ha concedido el cambio; y el estrés reactiva los recuerdos de una rutina abrumadora como si fueran unas vacaciones de ensueño. Las emociones son responsables de ese impulso que nos ha permitido sobrevivir desde que existimos como especie: nos alejamos de aquello que nos da miedo y repetimos aquellas cosas que nos producen alegría. A primera vista parece simple, pero entonces ¿cómo han sido capaces las emociones de dejar en evidencia nuestra incapacidad de racionalizar esta situación? ¿Por qué aparecen como nuestras enemigas en esta crisis? En la eterna lucha por decidir entre razón o emoción —característica del sapiens—, estamos dirigidos por la concepción de que la sabiduría y el éxito profesional se deben al aprendizaje de la gestión de la información racional y hemos replegado el verdadero valor de las emociones a una habilidad secundaria (soft skills). Actualmente ya asumimos que el nivel de éxito profesional, la satisfacción con uno mismo, el nivel de felicidad o la conciencia sobre la autorrealización se relacionan directamente con aspectos de la inteligencia emocional; no tanto con esas otras habilidades a los que dedicamos años de aprendizaje, pero, aun así, continuamos fallando en gestionar nuestras emociones hasta los aportes de los psicólogos Peter Salovey y John Mayer en la ultima década del siglo pasado que, al introducir el término «inteligencia emocional», establecen el primer diálogo operativo entre emoción y razón. Podríamos postergar nuestra responsabilidad como sociedad, aludiendo que la culpa es de una educación incompleta en la escuela, de nuestros líderes, o incluso podemos seguir negando el verdadero protagonismo que tienen las emociones en nuestra vida, pero, lo cierto, es que no sabemos qué hacer cuando las emociones nos arrebatan el control de nuestras reacciones. Esta crisis ha generado experiencias desmesuradamente negativas, algunos incluso han sentido su futuro desvanecerse en el reflejo de una ventana; sumidos en un estado de ira, tristeza y miedo. Cegados por una imagen desoladora de un futuro incierto, se nos ha olvidado cómo mirar, dejando pasar desapercibidas las puertas que se abren cada vez que cerramos una ventana. Si es cierto que las emociones están configuradas para ayudarnos a sobrevivir, debemos focalizar nuestra atención en la línea que separa una respuesta adaptativa de una desadaptativa; lo que al final deriva en la diferencia entre aquellos que se adaptan gracias al conocimiento de sus emociones, de aquellos cuya ansiedad, depresión y estrés no les permite ver más allá de la incertidumbre. La identificación de esta fina línea que separa el caos emocional, de una gestión fructífera de nuestros estados emocionales, solo es posible a través de la comprensión de su naturaleza. ¿Por qué la gente siente ansiedad? ¿Realmente es adaptativa? ¿Cómo la controlo? Las emociones adaptativas, desde un punto de vista genético, siguen siendo las mismas de siempre, es decir; ira, tristeza, alegría, sorpresa, miedo y asco, quizás con un poco de desprecio y un mucho de ansiedad que, al ser un estado anticipativo de un peligro, no tiene por qué ser real. Entonces, la respuesta se convierte en desproporcionada, es decir; irracional y desadaptativa. Este estado tan característico de las últimas semanas se genera en nuestro organismo por el miedo a perder nuestro puesto de trabajo, rutina o incluso esos recursos que tanto esfuerzo nos ha costado conseguir, sin saber qué pasará después, cuando nos expulsen de nuestra zona de confort y tengamos que enfrentarnos a una nueva realidad sin vuelta atrás. En este tipo de afrontamientos es muy razonable sentir ira, tristeza y miedo. Son emociones que nos ayudan a valorar la gravedad de la situación y que, más tarde, nos permiten recomponernos para afrontar, con todos nuestros recursos y energía, un nuevo mundo. El problema viene asociado a la respuesta desadaptativa, cuando nos estancamos en estas emociones y surge ansiedad. La ansiedad dilatada en el tiempo está asociada a un estado emocional desagradable generado por la tensión y las rumiaciones constantes. En síntesis, nuestras emociones son las mismas y su función como herramienta en la evolución del ser humano sigue siendo imprescindible para afrontar este futuro que se nos vino encima de modo acelerado, pero hemos aprendido cuatro cosas que debemos aplicar con cierta premura en nuestra lectura del nuevo mundo. Los ritmos son otros ; cambios e incertidumbre sobre futuros próximos serán la constante. Debemos aprender a vivir en entornos diferentes donde la experiencia y el conocimiento serán combinados en fórmulas que deben generar nuevas estrategias para resolver nuestra resistencia natural al cambio. La gramática de nuestra comunicación cambió incorporando otras fórmulas que alteran el mundo; las distancias cortas pasan a ser lo cotidiano; vamos a estar más en casa, probablemente incluso teletrabajando con todas sus consecuencias y la lejanía deja de serlo a través de la telemática. El mundo lejano se acerca, el íntimo se intensifica y el social se diluye. El mapa emocional es diferente , la complejidad del contexto global hace aparecer nuevas formas emocionales de corte cultural que alteran nuestra forma de percibir e interpretar el mundo. Hoy el peso del componente miedo en nuestra cartografía emocional es significativamente superior al de unas semanas atrás y va a quedarse un tiempo con nosotros. La interacción entre nuestras etapas evolutivas ha cambiado; la relación entre i nstinto, emoción y razón va a sufrir un pequeño terremoto que debemos aprender a manejar. La conclusión a esta breve reflexión sobre el mundo que viene es como siempre heterogénea, una parte de la humanidad la verá como una oportunidad y otra parte como un desastre irremediable; usted decide.